Así que, en cuanto Ahías oyó sus pasos en la puerta, gritó: “¡Entra, mujer de Jeroboam! ¿Por qué te molestas en venir disfrazada? Me han dado una mala noticia para ti.
Entonces Jeroboam le dijo a su esposa: “Por favor, ve y disfrázate para que nadie sepa que eres la esposa de Jeroboam. Luego ve a Silo y busca al profeta Ahías. Él fue quien me dijo que sería rey de este pueblo.
Pero el Señor le dijo a Ahías: “Mira, la mujer de Jeroboam viene a preguntarte por su hijo, porque está enfermo. Esto es lo que debes decirle, porque vendrá disfrazada”.
Le dijo al rey: “Esto es lo que dice el Señor: Has dejado ir a un hombre que yo había decidido que muriera. Por lo tanto, pagarás su vida con tu vida, tu pueblo por su pueblo”.
“Sí, hay otro hombre que podría consultar al Señor”, respondió el rey de Israel, “pero no me gusta porque nunca profetiza nada bueno para mí, ¡siempre es malo! Se llama Micaías, hijo de Imá”. “No deberías hablar así”, dijo Josafat.
El Hijo del hombre morirá, tal como lo dijeron las Escrituras. ¡Pero cuán terrible será para quien entregue al Hijo del hombre! Mejor sería que ese hombre no hubiera nacido”.