Cuando Mefi-boset, hijo de Jonatán, hijo de Saúl, se acercó a David, se inclinó hacia el suelo en señal de respeto. Entonces David dijo: “Bienvenido Mefi-boset”. “Soy tu siervo”, respondió él.
Pues hoy ha ido a sacrificar muchas reses, terneros cebados y ovejas, y ha invitado a todos los hijos del rey, a los jefes del ejército y al sacerdote Abiatar. En este momento están comiendo y bebiendo con él, gritando: ‘¡Viva el rey Adonías!’
pero le respondí al rey: “¡Viva el rey! ¿Cómo puedo evitar estar triste? La ciudad donde están enterrados mis antepasados está en ruinas, y sus puertas han sido incendiadas”.
Todos los funcionarios de la realeza se inclinaban y le mostraban respeto a Amán, porque así lo había ordenado el rey. Pero Mardoqueo no quería inclinarse ni mostrarle respeto.
Los astrólogos respondieron al rey en arameo, “¡Que Su Majestad el rey viva para siempre! Cuéntanos tu sueño y nosotros, tus servidores, te lo interpretaremos”.
Cuando la reina madre oyó el ruido que hacían el rey y los nobles, se dirigió a la sala de banquetes. Le dijo a Belsasar: “¡Que su majestad el rey viva para siempre! ¡No te asustes! ¡No estés tan pálido!
Así que estos ministros principales y gobernadores provinciales fueron juntos a ver al rey. “¡Que su majestad el rey Darío viva para siempre!”, dijeron.
Porque si respetábamos a nuestros padres terrenales que nos disciplinan, ¿cuánto más deberíamos estar sujetos a la disciplina de nuestro Padre espiritual, que nos conduce a la vida?
Después de que el muchacho se había ido, David se levantó de donde estaba, junto al montón de piedras, se tiró al suelo boca abajo y se inclinó tres veces. Entonces él y Jonatán se besaron y lloraron juntos como amigos, aunque David fue el que más lloró.