Lo pondré al frente de mi casa y de mi reino para siempre, y su dinastía durará para siempre”.
Yo seré un padre para él, y él será un hijo para mí. Nunca le quitaré mi bondad y mi amor, como hice con el que gobernó antes que tú.
Esto es lo que Natán le explicó a David, todo lo que se le dijo en esta revelación divina.
“Yo soy quien puso a mi rey en Sión, mi monte sagrado”.
Que su renombre dure para siempre, tanto como el sol. Que todas las naciones Sean bendecidas a través de él, y que todas lo alaben.
Su linaje real permanecerá para siempre, y su dinastía permanecerá ante mí tanto como el sol ha permanecido.
Pero Cristo es un hijo, a cargo de la casa de Dios. Y nosotros somos la casa de Dios siempre y cuando nos aferremos con confianza a la esperanza en la cual decimos que creemos con orgullo.