Cuando la gente que estaba allí vio la serpiente colgando de su mano, se dijeron unos a otros: “Este hombre debe ser un asesino. Aunque escapó de la muerte en el mar, la justicia no lo dejará vivo”.
Como registra la Escritura: “‘Hablaré a mi pueblo por medio de otros idiomas y labios de extranjeros, pero incluso así no me escucharán,’ dice el Señor”.
En esta nueva situación no hay griego ni judío, no hay circuncisos o incircuncisos, extranjeros, bárbaros, esclavos o libres, pues Cristo es todo, y él vive en todos nosotros.