Vendan sus bienes y den a los pobres. Consigan bolsas que no se rompan y un tesoro en el cielo que no se agote. Allí no hay ladrón que llegue ni polilla que destruya.
Imagínense a un hombre con un anillo de oro y ropa elegante, y a un pobre con ropa vieja y sucia. Supongamos que ambos entran al lugar donde ustedes se reúnen.