Aun cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus malos deseos.
Esta es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios: que, si pedimos conforme a su voluntad, él nos oye.
Si obedecemos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada, recibiremos lo que le pidamos.
¿De dónde surgen las peleas y discusiones entre ustedes? Pues surgen de los malos deseos que controlan su vida.
Poco después el hijo menor juntó todo lo que tenía y se fue a un país lejano. Allí vivió desordenadamente y derrochó su herencia.
―No saben lo que están pidiendo —les respondió Jesús—. ¿Pueden acaso beber el trago amargo de la copa que yo bebo, o pasar por la prueba del bautismo con el que voy a ser probado?
―Ustedes no saben lo que están pidiendo —les respondió Jesús—. ¿Pueden acaso beber el trago amargo de la copa que yo voy a beber? ―Sí, podemos.
¡Pero ahora llega ese hijo tuyo, que ha malgastado tu fortuna con prostitutas, y tú mandas matar en su honor el ternero más gordo!”.
Porque todo el que pide, recibe. El que busca, encuentra. Y al que llama, se le abre.