A los caballos les ponemos freno en la boca para que nos obedezcan. De ese modo podemos controlar todo su cuerpo.
Si alguien se cree religioso, pero no se cuida de lo que dice, se engaña a sí mismo. En este caso, su religión no sirve para nada.
Fíjense también en los barcos. Con un pequeño timón el capitán guía el barco por donde quiere. Y lo hace aunque el barco sea muy grande y lo impulsen vientos muy fuertes.