¿A qué conclusión llegamos? ¿Acaso los judíos somos mejores? ¡De ninguna manera! Ya hemos demostrado que tanto los judíos como los no judíos somos pecadores.
Ahora bien, sabemos que todo lo que dice la Ley afecta a los que les fue entregada. Así nadie en el mundo dirá que es inocente, y todos serán declarados culpables delante de Dios.
¿Qué importa? Al fin y al cabo, y sea como sea, con motivos falsos o con sinceridad, se predica a Cristo. Por eso me alegro; es más, seguiré alegrándome.
Todos los que quieren agradar a Dios por hacer lo que demanda la Ley están bajo maldición. Pues las Escrituras dicen: «Maldito sea quien no obedezca todo lo que está escrito en el libro de la Ley».
¿Qué quiero decir con esta comparación? Pues que, cuando los no judíos ofrecen en sacrificio a los ídolos un animal, ni el sacrificio ni el ídolo tienen ningún valor.
¿Quién te hace más importante que los demás? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y, si lo recibiste, ¿por qué te sientes orgulloso, como si no te lo hubieran dado?
Pero, y hablo como ser humano que soy, si nuestra maldad hace que la justicia de Dios sea reconocida, ¿qué diremos? ¿Que Dios es injusto al enojarse y castigarnos?
Desde el cielo, Dios nos hace ver que está muy enojado con la gente por su mala conducta y falta de justicia. Con maldad ocultan la verdad de quién es Dios.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado dijo para sí: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la que lo está tocando. Sabría qué clase de mujer es: una pecadora».
Por tanto, no tienes excusa tú, quienquiera que seas, cuando juzgas a los demás. Al juzgar a otros, te condenas a ti mismo, ya que practicas las mismas cosas.