Algunos de los maestros de la Ley murmuraron entre ellos: «¡Este hombre ofende a Dios!».
―¡Ha ofendido a Dios! —dijo el sumo sacerdote, rompiendo sus vestiduras—. ¿Para qué necesitamos más testigos? ¡Miren, ustedes mismos han oído la ofensa!
Los maestros de la Ley y los fariseos comenzaron a pensar: «¿Quién es este que ofende a Dios? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?».
¡Ustedes han oído la ofensa contra Dios! ¿Qué les parece? Todos ellos lo condenaron como digno de muerte.
Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, las relaciones sexuales prohibidas, los robos, los homicidios.
Y es que él enseñaba como quien tiene autoridad y no como los maestros de la Ley.
Les aseguro que todos los pecados y las ofensas se les perdonarán a todos por igual,
excepto a quien ofenda al Espíritu Santo. Este no tendrá perdón jamás; es culpable de un pecado eterno».