El ángel dijo a las mujeres: ―No tengan miedo; sé que ustedes buscan a Jesús, el que fue crucificado.
Pues todos los ángeles son solo espíritus que sirven a Dios. Él los envía para ayudar a los que han de ser salvos.
Asustadas, se arrodillaron y se inclinaron hasta tocar el suelo con su rostro, pero ellos les dijeron: ―¿Por qué buscan ustedes entre los muertos al que vive?
―No tengas miedo, María; Dios te ha concedido su bendición —le dijo el ángel—.
―No se asusten —les dijo—. Ustedes buscan a Jesús el Nazareno, el que fue crucificado. ¡Ha resucitado! No está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron.
―No tengan miedo —les dijo Jesús—. Vayan a decirles a mis hermanos que se dirijan a Galilea, y allí me verán.
Pero Jesús les dijo en seguida: ―¡Cálmense! Soy yo. No tengan miedo.
Los guardias tuvieron tanto miedo de él que se pusieron a temblar y quedaron como muertos.
Sin embargo, Dios lo resucitó, librándolo de las ataduras de la muerte. ¡Era imposible que la muerte lo mantuviera bajo su dominio!