Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había convertido en discípulo de Jesús.
Se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús, y Pilato ordenó que se lo dieran.
Después de llevar a cabo todas las cosas que estaban escritas acerca de él, lo bajaron del madero y lo enterraron.
Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cuerpo y lo enterraron.