―¡Ha ofendido a Dios! —dijo el sumo sacerdote, rompiendo sus vestiduras—. ¿Para qué necesitamos más testigos? ¡Miren, ustedes mismos han oído la ofensa!
Entonces, ¿por qué me acusan de ofender a mi Padre, quien me apartó para enviarme al mundo? ¿Tan solo porque dije: “Yo soy el Hijo de Dios”?
Ellos respondieron: ―No te apedreamos por ninguna de ellas, sino por ofender a Dios. Pues tú, siendo hombre, te haces pasar por Dios.
Algunos de los maestros de la Ley murmuraron entre ellos: «¡Este hombre ofende a Dios!».
Al enterarse de esto, los apóstoles Bernabé y Pablo rompieron sus vestidos. Luego se metieron entre la gente, gritando:
Los maestros de la Ley y los fariseos comenzaron a pensar: «¿Quién es este que ofende a Dios? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?».