El Espíritu y la esposa del Cordero dicen: «¡Ven!». El que escuche diga: «¡Ven!». El que tenga sed, venga. Y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida.
Yo soy el más insignificante de todos los creyentes. Sin embargo, recibí este privilegio inmerecido de predicar a las naciones acerca de las incontables bendiciones que Cristo nos puede dar.