Nadie pudo responderle ni una sola palabra, y desde ese día ninguno se atrevía a hacerle más preguntas.
Al ver Jesús que había respondido con inteligencia, le dijo: ―No estás lejos del reino de Dios. Y desde entonces nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Y ya no se atrevieron a hacerle más preguntas.
Y no pudieron contestarle nada.
Además, como vieron que los acompañaba el hombre que había sido sanado, nada podían decir en contra de ellos.
Cuando razonó así, quedaron humillados todos sus enemigos. Pero la gente estaba encantada de tantas maravillas que él hacía.
Así que le respondieron a Jesús: ―No lo sabemos. ―Pues, yo tampoco les voy a decir con qué autoridad hago esto.
Si David lo llama “Señor”, ¿cómo puede entonces ser su hijo?».
“Yo soy el Dios de tus antepasados, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”. Moisés se puso a temblar de miedo, y no se atrevía a mirar.
Pero ellos se quedaron callados. Entonces tomó al hombre, lo sanó y lo despidió.