Cuando Jesús entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. ―¿Quién es este? —preguntaban.
―¿Quién eres, Señor? —preguntó. ―Yo soy Jesús, a quien tú persigues —le contestó la voz—.
Pero Herodes dijo: «Ordené que le cortaran la cabeza a Juan. ¿Quién es, entonces, este de quien oigo tales cosas?». Y procuraba verlo.
Los otros invitados comenzaron a decir entre sí: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?».
Los maestros de la Ley y los fariseos comenzaron a pensar: «¿Quién es este que ofende a Dios? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?».
Entonces los judíos reaccionaron, preguntándole: ―¿Qué señal puedes mostrarnos para actuar de esta manera?
―Dinos con qué autoridad haces esto —lo interrogaron—. ¿Quién te dio esa autoridad?
Cuando el rey Herodes y los habitantes de Jerusalén oyeron esto, se pusieron muy nerviosos.
Tanto la gente que iba delante de él como la que iba detrás gritaba: ―¡Hosanna al Hijo de David! ―¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ―¡Hosanna en las alturas!
―Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea —contestaba la gente.