Al oír esto, los discípulos se llenaron de terror, cayeron al suelo de rodillas, y se inclinaron hasta tocar el suelo con su rostro.
Nosotros mismos oímos esa voz que vino del cielo cuando estábamos con él en el monte santo.
Todos caímos al suelo, y yo oí una voz que me decía en hebreo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¡Solo te haces daño a ti mismo!”.
Caí al suelo y oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”.
Mientras estaba aún hablando, apareció una nube luminosa que los envolvió, de la cual salió una voz que dijo: «Este es mi Hijo amado; estoy muy contento con él. ¡Escúchenlo!».
Pero Jesús se acercó a ellos y los tocó. ―Levántense —les dijo—. No tengan miedo.