Cuando Jesús estaba ya para irse, un hombre llegó corriendo y se arrodilló delante de él. ―Maestro bueno —le preguntó—, ¿qué debo hacer para obtener la vida eterna?
Pero, al cabo de algunos días, salimos y continuamos nuestro viaje. Todos los discípulos, incluso las mujeres y los niños, nos acompañaron hasta las afueras de la ciudad, y allí en la playa nos arrodillamos y oramos.