―Señor, si eres tú —respondió Pedro—, mándame que vaya a ti sobre el agua.
―Señor —contestó Simón Pedro—, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.
Yo sé que no lo merezco, pero Dios me ha dado autoridad para decirles lo siguiente: Nadie piense que es mejor o superior a otro. Más bien piensen que lo que ustedes son, lo son gracias a la medida de fe que Dios les ha dado.
―¡Mira, nosotros lo hemos dejado todo por seguirte! —le dijo Pedro—. ¿Y qué ganamos con eso?
―Aunque tenga que morir contigo —insistió Pedro con firmeza—, jamás te negaré. Y los demás dijeron lo mismo.
Pero Jesús les dijo en seguida: ―¡Cálmense! Soy yo. No tengan miedo.
―Ven —dijo Jesús. Pedro bajó de la barca y caminó sobre el agua en dirección a Jesús.
Pero que pida con fe, sin dudar nada. Pues el que duda se parece a las olas del mar. A estas el viento las arrastra y lleva de un lado a otro.