Pablo y Bernabé les contestaron valientemente: «Era necesario que les anunciáramos la palabra de Dios primero a ustedes. Como la rechazan y no se consideran dignos de la vida eterna, ahora vamos a dirigirnos a los que no son judíos.
»Miren que no menosprecien a uno de estos pequeños. Pues les digo que en el cielo los ángeles de ellos contemplan siempre el rostro de mi Padre celestial.
Al contrario, comencé a predicar en muchos lugares. Primero, en Damasco, luego en Jerusalén y en toda Judea. Después, les prediqué a los no judíos y les pedí que se arrepintieran y obedecieran a Dios. Les dije además que hicieran lo bueno, para que demostraran su arrepentimiento.
Pero los judíos se opusieron a Pablo y lo insultaron. Entonces este se sacudió la ropa en señal de protesta y les dijo: «¡Ustedes son ahora responsables de sus acciones! Si Dios los castiga, no es culpa mía. De ahora en adelante les anunciaré el mensaje a los no judíos».