Fijemos la mirada en la meta, que es Jesús, quien nos dio y perfeccionó nuestra fe. Él, por el gozo que le esperaba, soportó la cruz, sin importarle la vergüenza que ella significaba. Y ahora está sentado en el sitio de más honor, al lado derecho del trono de Dios.
Por eso oramos siempre por ustedes, para que nuestro Dios los considere merecedores de ser elegidos como parte del pueblo de Dios. Y le pedimos a él que los llene de su poder para que puedan hacer todo el bien y las cosas que su fe les indica.
Hermanos en la fe, siempre debemos dar gracias a Dios por ustedes. Y es justo hacerlo, porque su fe en Dios es cada vez más grande, y el amor que demuestran hacia otros sigue siendo mucho.
Cuando vivía aquí en la tierra, Jesús hizo oraciones rogando al que podía salvarlo de la muerte. Lo hizo con fuerte voz y lágrimas. Y fue escuchado porque fue humilde y obediente.
Luego se volvió hacia la mujer y le dijo a Simón: ―¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies, pero ella me ha bañado los pies en lágrimas y me los ha secado con sus cabellos.
Llorando, se arrojó a los pies de Jesús, de manera que se los bañaba en lágrimas. Luego se los secó con los cabellos; también se los besaba y les ponía del perfume.
Después, como ya saben, cuando quiso heredar lo que corresponde al hijo mayor, fue rechazado. De nada sirvió su arrepentimiento, aunque con lágrimas buscó la bendición de su herencia.
Al ver Jesús que se juntaba mucha gente, reprendió al espíritu maligno. ―Espíritu sordo y mudo —dijo—, te mando que salgas y que jamás vuelvas a entrar en él.