Los maestros de la Ley que habían llegado de Jerusalén decían: «¡Está controlado por Beelzebú! Echa fuera a los demonios por medio del príncipe de los demonios».
Así que él les dio permiso. Cuando los espíritus malignos salieron del hombre, entraron en los cerdos. Eran unos dos mil cerdos, y todos huyeron y cayeron al lago por el precipicio, y allí se ahogaron.