«¿Por qué habla este así? ¡Está ofendiendo a Dios! ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?».
Los maestros de la Ley y los fariseos comenzaron a pensar: «¿Quién es este que ofende a Dios? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?».
Los otros invitados comenzaron a decir entre sí: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?».
Ellos respondieron: ―No te apedreamos por ninguna de ellas, sino por ofender a Dios. Pues tú, siendo hombre, te haces pasar por Dios.
¡Ustedes han oído la ofensa contra Dios! ¿Qué les parece? Todos ellos lo condenaron como digno de muerte.
―¡Ha ofendido a Dios! —dijo el sumo sacerdote, rompiendo sus vestiduras—. ¿Para qué necesitamos más testigos? ¡Miren, ustedes mismos han oído la ofensa!
Algunos de los maestros de la Ley murmuraron entre ellos: «¡Este hombre ofende a Dios!».
Entonces, ¿por qué me acusan de ofender a mi Padre, quien me apartó para enviarme al mundo? ¿Tan solo porque dije: “Yo soy el Hijo de Dios”?
Estaban sentados allí algunos maestros de la Ley, que pensaban:
En ese mismo instante supo Jesús en su interior que esto era lo que estaban pensando. ―¿Por qué piensan así? —les dijo—.