De nuevo comenzó Jesús a enseñar a la orilla del lago. Allí se reunió muchísima gente para escucharlo. Así que se subió a una barca que estaba en el lago y se sentó, mientras toda la gente se quedaba en la playa.
Pero él salió y comenzó a hablar con mucha gente, contando lo sucedido. Como resultado, Jesús ya no podía entrar en ningún pueblo abiertamente. Tenía que quedarse en las afueras, en lugares solitarios. Aun así, gente de todas partes seguía buscándolo.
Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa cobrando los impuestos. «Sígueme», le dijo Jesús. Y Mateo se levantó y lo siguió.
Jesús salió de aquel lugar y se fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán. Otra vez se le juntó mucha gente y, como era su costumbre, les enseñaba.