»¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, hipócritas! Les cierran a los demás el reino de los cielos, y ni entran ustedes ni dejan entrar a los que intentan hacerlo.
Por su parte, los jefes de los sacerdotes y los fariseos habían dado la orden de que, si alguien sabía dónde estaba Jesús, debía denunciarlo para arrestarlo.
Entonces los jefes de los sacerdotes y los fariseos citaron a una reunión del tribunal. ―¿Qué vamos a hacer? —dijeron—. Este hombre está haciendo muchas señales milagrosas.
Los fariseos oyeron a la gente que murmuraba estas cosas acerca de él. Entonces, junto con los jefes de los sacerdotes, mandaron unos guardias del Templo para arrestarlo.
―Resulta que ustedes los fariseos —les dijo el Señor— limpian el vaso y el plato por fuera. Sin embargo, por dentro están ustedes llenos de robo y de maldad.
Pero los fariseos y los maestros de la Ley, que eran de un mismo grupo, criticaban a los discípulos de Jesús: ―¿Por qué comen y beben ustedes con cobradores de impuestos y con pecadores?
Algunos fariseos se le acercaron y, para ponerlo a prueba, le preguntaron: ―¿Está permitido que un hombre se divorcie de su esposa por cualquier motivo?
Jesús salió de aquel lugar y se fue a la región de Judea y al otro lado del Jordán. Otra vez se le juntó mucha gente y, como era su costumbre, les enseñaba.