Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para formar un solo cuerpo —ya seamos judíos o no judíos, esclavos o libres—. A todos se nos hizo compartir un mismo Espíritu.
Los creyentes judíos que habían llegado con Pedro se quedaron asombrados. Les sorprendía que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los no judíos.
»“Sucederá que en los últimos días —dice Dios— derramaré mi Espíritu sobre todas las personas. Los hijos y las hijas de ustedes profetizarán. Los jóvenes tendrán visiones y los ancianos tendrán sueños.
»Yo los bautizo a ustedes con agua en señal de arrepentimiento. Pero el que viene después de mí es más poderoso que yo, y ni siquiera merezco llevarle las sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.
Predicaba de esta manera: «Después de mí viene uno más poderoso que yo. Ante él, ni siquiera merezco agacharme para desatar la correa de sus sandalias.
―Yo los bautizo a ustedes con agua —les dijo Juan a todos—. Pero está por llegar uno más poderoso que yo, a quien ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y fuego.
Yo mismo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas que el Espíritu baja y permanece es el que bautiza con el Espíritu Santo”.