Al instante, se le quitó la lepra y quedó sano.
Ustedes ya están limpios por la palabra que les he comunicado.
Al instante, cesó su hemorragia, y se dio cuenta de que su cuerpo había quedado libre de esa aflicción.
Él se le acercó, la tomó de la mano y la ayudó a levantarse. Entonces se le quitó la fiebre y comenzó a servirles.
―¡Mujer, qué grande es tu fe! —contestó Jesús—. Que se cumpla lo que quieres. Y desde ese mismo momento quedó sana su hija.
Jesús le tuvo compasión, así que extendió la mano, tocó al hombre y le dijo: ―Sí, quiero. ¡Queda sano!
Jesús lo despidió en seguida con una fuerte advertencia: