―Unos dicen que Juan el Bautista, otros, que Elías, y otros, que uno de los antiguos profetas ha resucitado —respondieron.
―¿Quién eres entonces? —le preguntaron—. ¿Acaso eres Elías? ―No lo soy. ―¿Eres el profeta? ―No lo soy.
Otros decían: «Es Elías». Otros, en fin, afirmaban: «Es un profeta, como los de antes».
y comentó a sus sirvientes: «¡Ese es Juan el Bautista; ha resucitado! Por eso tiene poder para realizar milagros».
Por eso interrogaron de nuevo al ciego: ―¿Y qué opinas tú de él? Fue a ti a quien te abrió los ojos. ―Yo digo que es profeta —contestó.
Al oír sus palabras, algunos de entre la gente decían: «Verdaderamente este es el profeta».
y le preguntaron: ―Pues, si no eres el Cristo ni Elías ni el profeta, ¿por qué bautizas?
En aquellos días se presentó Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea.
El rey Herodes se enteró de esto, pues el nombre de Jesús se había hecho famoso. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado y por eso tiene poder para realizar milagros».
Un día, Jesús se apartó para orar, y luego se volvió a sus discípulos y les preguntó: ―¿Quién dice la gente que soy yo?
Y él les preguntó: ―Y ustedes, ¿qué dicen?, ¿quién soy yo? ―El Cristo de Dios —afirmó Pedro.