Todavía estaba hablando Jesús cuando alguien llegó de la casa de Jairo, jefe de la sinagoga, para decirle: ―Tu hija ha muerto. No molestes más al Maestro.
Así que Jesús fue con ellos. No estaba lejos de la casa cuando el capitán mandó unos amigos a decirle: ―Señor, no te tomes tanta molestia, pues no merezco que entres a mi casa.
Mientras él les decía esto, un dirigente judío llegó, se arrodilló delante de él y le dijo: ―Mi hija acaba de morir. Pero ven y pon tu mano sobre ella y vivirá.