Como oyó hablar de Jesús, el capitán mandó a unos líderes de los judíos a pedirle que fuera a sanar a su siervo.
Al entrar Jesús en Capernaúm, se le acercó un capitán del ejército romano pidiendo ayuda.
Te suplico que trates bien a Onésimo, quien es mi hijo en la fe. A él le hablé de Cristo mientras yo estaba preso.
Cuando este hombre se enteró de que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a su encuentro. Y le suplicó que fuera a sanar a su hijo, pues estaba a punto de morir.
Y un hombre de entre la gente dijo: ―Maestro, te ruego que atiendas a mi hijo, pues es el único que tengo.
En esto llegó un hombre llamado Jairo, que era un jefe de la sinagoga. Arrojándose a los pies de Jesús, le suplicaba que fuera a su casa.
Había allí un capitán del ejército romano cuyo siervo, a quien él estimaba mucho, estaba enfermo, a punto de morir.
Cuando llegaron ante Jesús, le rogaron con insistencia: ―Este hombre merece que le des lo que te pide.