En el primer día de la semana, al que llamamos día del Señor, vino el Espíritu y tomó control de mi persona. Detrás de mí oí una voz fuerte, que sonaba tan fuerte como una trompeta,
David entró en la casa de Dios, tomó los panes dedicados a Dios y los comió junto con sus compañeros. Lo hizo aunque solo a los sacerdotes les es permitido comer de ese pan.