Además, muchos demonios salían de las personas, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!». Pero él los reprendía y no los dejaba hablar porque sabían que él era el Cristo.
―Hombres de poca fe —les contestó—, ¿por qué tienen tanto miedo? Entonces se levantó y dio órdenes a los vientos y a las olas, y todo quedó completamente tranquilo.
Por eso, ¡alégrense, cielos! ¡Alégrense los que allí viven! Pero ¡ay de la tierra y del mar! El diablo ha bajado con furia hasta ustedes, porque sabe que le queda poco tiempo».
Estaba acercándose el muchacho cuando el demonio lo derribó con una convulsión. Pero Jesús reprendió al espíritu maligno, sanó al muchacho y se lo devolvió al padre.
Resulta que un espíritu toma control de él, y de repente el muchacho se pone a gritar. También lo sacude con violencia y hace que eche espumarajos. Cuando lo ataca, a duras penas lo suelta.
Los discípulos fueron a despertarlo. ―¡Maestro, Maestro, nos vamos a ahogar! —gritaron. Él se levantó y dio órdenes al viento y a las olas. La tormenta se calmó y todo quedó tranquilo.
El espíritu, dando un fuerte grito y sacudiendo violentamente al muchacho, salió de él. Este quedó como muerto, tanto que muchos decían: «Ya se murió».
Jesús continuó: «Seguramente ustedes me van a citar el proverbio: “¡Médico, cúrate a ti mismo! Haz aquí en tu tierra lo que hemos oído que hiciste en Capernaúm”.