»Escribe al ángel de la iglesia de Filadelfia: El Santo, el Verdadero, el que tiene la llave del reino de David. El que abre y nadie puede cerrar. El que cierra y nadie puede abrir, dice esto:
Además, muchos demonios salían de las personas, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!». Pero él los reprendía y no los dejaba hablar porque sabían que él era el Cristo.
Y el ángel le dijo: ―El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá. Así que al santo niño que va a nacer lo llamarán Hijo de Dios.
El que vive pecando pertenece al diablo, porque el diablo ha estado pecando desde el principio. El Hijo de Dios fue enviado precisamente para destruir lo que hace el diablo.
Por tanto, ya que ellos son de carne y hueso, Cristo también compartió esa naturaleza humana. Lo hizo para eliminar, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte —es decir, al diablo—.
En efecto, en esta ciudad se reunieron Herodes y Poncio Pilato. Se unieron con los no judíos y con los israelitas, contra tu santo siervo Jesús, a quien ungiste.
Entonces toda la gente de la región de los gerasenos le pidió a Jesús que se fuera de allí, pues tenían mucho miedo. Así que él subió a la barca para irse.
Cuando vio a Jesús, dio un grito y se arrojó a sus pies. Entonces dijo con fuerza: ―¿Por qué te metes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¡Te ruego que no me castigues!