Entonces los que se habían reunido para presenciar aquel espectáculo, al ver lo ocurrido, se fueron de allí golpeándose el pecho.
En cambio, el cobrador de impuestos se había quedado a cierta distancia, y ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo. Él se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!”.
Cuando oyeron esto, todos se sintieron profundamente conmovidos y les dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: ―Amigos, ¿qué debemos hacer?
Todos estaban llorando, muy afligidos por ella. ―Dejen de llorar —les dijo Jesús—. No está muerta, sino dormida.