Entonces Jesús gritó con fuerza: ―¡Padre, en tus manos entrego mi espíritu! Y, al decir esto, murió.
Mientras lo apedreaban, Esteban oraba. ―Señor Jesús —decía—, recibe mi espíritu.
Al probar Jesús el vinagre, dijo: ―Todo se ha cumplido. Luego inclinó la cabeza y murió.
Cuando lo insultaban, no respondía con insultos. Cuando lo hacían sufrir, no amenazaba, sino que dejaba todo en manos de Dios, que juzga con justicia.
Cuando vivía aquí en la tierra, Jesús hizo oraciones rogando al que podía salvarlo de la muerte. Lo hizo con fuerte voz y lágrimas. Y fue escuchado porque fue humilde y obediente.