Pero todos gritaron juntos: ―¡Llévate a ese! ¡Suéltanos a Barrabás!
La gente estuvo escuchando a Pablo hasta que pronunció esas palabras. Entonces levantaron la voz y gritaron: «¡Mátalo! ¡Ese hombre no merece vivir!».
Todo el pueblo iba detrás gritando: «¡Que lo maten!».
Rechazaron al Santo y Justo, y pidieron que se liberara a un asesino.
A Barrabás lo habían metido en la cárcel por una rebelión en la ciudad y por homicidio.
Pedro, en cambio, tuvo que quedarse afuera, junto a la puerta. El discípulo conocido del sumo sacerdote salió a hablar con la portera de turno, y consiguió que lo dejara entrar.