Y uno de ellos hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha.
Pero uno de los que estaban ahí sacó la espada e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole una oreja.
Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder de Dios para destruir las fuerzas del mal.
Hermanos en la fe, no tomen venganza, sino dejen el castigo en las manos de Dios. Pues las Escrituras dicen: «Mía es la venganza; yo castigaré», dice el Señor.
Los discípulos que lo rodeaban, al darse cuenta de lo que pasaba, dijeron: ―Señor, ¿atacamos con la espada?
―¡Déjenlos! —ordenó Jesús. Entonces le tocó la oreja al hombre y lo sanó.