Ahora bien, en Jerusalén había un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo, que amaba a Dios, y aguardaba con esperanza la liberación de Israel. El Espíritu Santo estaba con él
Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues nos ha dado en los cielos toda clase de bendiciones espirituales. Y eso ha sido posible gracias a Cristo.
Él había nacido en un pueblo de Judea llamado Arimatea, y esperaba el reino de Dios. José no había estado de acuerdo con la decisión ni con la conducta del tribunal.
José de Arimatea, miembro distinguido del tribunal, y que también esperaba el reino de Dios, se atrevió a presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.