Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley lo oyeron y comenzaron a buscar la manera de matarlo, pues le temían, ya que toda la gente se maravillaba de sus enseñanzas.
Y de inmediato dijo a la turba: ―¿Acaso soy un bandido, para que vengan con espadas y palos a arrestarme? Todos los días me sentaba a enseñar en el Templo, y no me arrestaron.
―Yo he hablado abiertamente al mundo —respondió Jesús—. Siempre he enseñado en las sinagogas o en el Templo, donde se congregan todos los judíos. En secreto no he dicho nada.
Faltaban solo dos días para la Pascua y para la fiesta de los Panes sin levadura. Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley buscaban con planes malvados cómo arrestar a Jesús para matarlo.
Cayendo en cuenta de que la parábola iba dirigida contra ellos, buscaban la manera de arrestarlo. Pero tenían miedo de la gente; así que lo dejaron y se fueron.
Jesús entró en el Templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los jefes de los sacerdotes y los líderes del pueblo. ―¿Con qué autoridad haces esto? —lo interrogaron—. ¿Quién te dio esa autoridad?
Los maestros de la Ley y los jefes de los sacerdotes se dieron cuenta de que la parábola iba dirigida contra ellos. Así que buscaron la manera de arrestarlo en aquel mismo momento, pero temían al pueblo.