Porque este hijo mío estaba como muerto, pero ahora ha vuelto a la vida. Se había perdido, pero ya lo hemos encontrado”. Así que empezaron a hacer fiesta.
La fe que ustedes tienen los mueve a presentarse ante Dios como una ofrenda de servicio y sacrificio. Y, si tuviera que dar mi vida para acompañar su ofrenda, me daría mucha alegría. Alegría que comparto con todos ustedes.
De camino a Jerusalén, pasaron por Fenicia y Samaria. Allí contaron cómo los no judíos habían creído en Jesús. Estas noticias llenaron de alegría a todos los creyentes.
El que tiene a la novia es el novio. Pero el amigo del novio, que está a su lado y lo escucha, se llena de alegría cuando oye la voz del novio. Esa es la alegría que me inunda.
Les digo que así es también en el cielo: habrá más alegría por un solo pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse.
Después de todo, ¿cuál es nuestra esperanza y alegría?, ¿cuál será nuestro motivo de orgullo delante de nuestro Señor Jesús cuando él venga? Pues ustedes lo son.
Queridos hermanos en la fe, los amo y extraño mucho. Ustedes son mi alegría y mi motivo de orgullo. Les pido que no dejen de confiar en el Señor nunca.