―Hombre —respondió Jesús—, ¿quién me nombró a mí juez o árbitro entre ustedes?
Tú, que juzgas a otros, pero haces lo mismo que ellos, ¿piensas que vas a escapar del juicio de Dios?
Respondo: ¿Quién eres tú para pedirle cuentas a Dios? «Acaso le dirá la olla de barro al que la hizo: “¿Por qué me hiciste así?”».
Por tanto, no tienes excusa tú, quienquiera que seas, cuando juzgas a los demás. Al juzgar a otros, te condenas a ti mismo, ya que practicas las mismas cosas.
―Nadie, Señor. Jesús le dijo: ―Tampoco yo te condeno. Ahora vete y no vuelvas a pecar.
Pero Jesús se dio cuenta de que querían llevarlo a la fuerza y proclamarlo rey. Por eso se retiró de nuevo a la montaña él solo.
Al ver la fe de ellos, Jesús dijo: ―¡Amigo, tus pecados quedan perdonados!
Poco después, lo vio otro y afirmó: ―Tú también eres uno de ellos. ―¡No, hombre, no lo soy! —contestó Pedro.
Uno de entre la gente le pidió: ―Maestro, dile a mi hermano que comparta la herencia conmigo.