Pues, si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a quienes se lo pidan!
Dios no nos negó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. Entonces, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?
―Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados —les contestó Pedro—. Entonces recibirán el don del Espíritu Santo.
Por el pecado de un solo hombre, reinó la muerte en el mundo. Pero ahora, por medio de un solo hombre, Jesucristo, somos declarados justos. Y, gracias a este inmerecido regalo de amor, reinará la vida.
En otro tiempo también nosotros éramos tontos y desobedientes. Fuimos engañados y nos hicimos esclavos de toda clase de malos deseos y placeres. Vivíamos haciendo el mal y llenos de envidia. Éramos gente odiosa y nos odiábamos unos a otros.