Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba el hombre y, viéndolo, tuvo compasión de él.
Al verla, el Señor sintió compasión de ella y le dijo: ―No llores.
¿No debías tú también sentir compasión de tu compañero, así como yo la sentí por ti?”.
Jesús envió a estos doce con las siguientes instrucciones: «No vayan a comunidades no judías ni entren en ningún pueblo de los samaritanos.
―¿No tenemos razón al decir que eres un samaritano y que estás endemoniado? —respondieron los judíos.
Pero, como los judíos nada usan en común con los samaritanos, la mujer le respondió: ―¿Cómo se te ocurre pedirme agua, si tú eres judío y yo soy samaritana?
Así también llegó a aquel lugar un levita y, al verlo, se desvió y siguió de largo.
Se acercó, le curó las heridas con vino y aceite, y se las vendó. Luego lo montó sobre su propio burro, lo llevó a una posada y lo cuidó.