―Creo, Señor —declaró el hombre. Y, arrodillándose, lo adoró.
En eso Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron.
Y los que estaban en la barca lo adoraron diciendo: ―Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios.
―¡Señor mío y Dios mío! —dijo Tomás.
Ellos, entonces, lo adoraron y luego regresaron a Jerusalén con gran alegría.
Cuando lo vieron, lo adoraron; pero algunos dudaban.
Un hombre que estaba enfermo de lepra se le acercó y se arrodilló delante de él. ―Señor, si quieres, puedes sanarme —le dijo.
Entonces Jesús dijo: ―Yo vine a este mundo para hacer justicia: para que los ciegos vean, y los que ven se queden ciegos.