―¿Cómo entonces se te han abierto los ojos? —le preguntaron.
Tal vez alguien pregunte: «¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué clase de cuerpo vendrán?».
Pero ellos le insistieron: ―¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?
Lo que no sabemos es cómo ahora puede ver, ni quién le abrió los ojos. Pregúntenselo a él, que ya es mayor de edad y puede responder por sí mismo.
Por eso los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había recibido la vista. ―Me untó barro en los ojos, me lavé y ahora veo —respondió.
Nicodemo respondió: ―¿Cómo es posible que esto suceda?
Sin que este sepa cómo, y ya sea que duerma o esté despierto, día y noche brota y crece la semilla.
Algún tiempo después, Jesús se fue a la otra orilla del lago de Galilea (o de Tiberíades).
Unos aseguraban: «Sí, es él». Otros decían: «No es él, sino que se le parece». Pero él insistía: «Soy yo».
Y él respondió: ―Ese hombre que se llama Jesús hizo un poco de barro, me lo untó en los ojos y me dijo: “Ve y lávate en Siloé”. Así que fui, me lavé y entonces pude ver.