Pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás. Al contrario, dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna.
El Espíritu y la esposa del Cordero dicen: «¡Ven!». El que escuche diga: «¡Ven!». El que tenga sed, venga. Y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida.
También me dijo: «Ya todo está hecho. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tenga sed le daré a beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida.
Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para formar un solo cuerpo —ya seamos judíos o no judíos, esclavos o libres—. A todos se nos hizo compartir un mismo Espíritu.
No pueden beber de la copa de la Cena del Señor y también de la copa que se bebe en honor de los demonios. No pueden participar de la mesa del Señor y también de la mesa de los demonios.
Tomaron también de la misma agua, que era una bebida espiritual. Y es que bebían del agua que brotaba de la roca espiritual que los acompañaba, y la roca era Cristo.
De la misma manera, después de cenar, tomó la copa y dijo: «Esta copa representa el nuevo pacto que Dios hace por medio de mi sangre. Cada vez que beban de ella, beban en memoria de mí».
Por eso Jesús, que seguía enseñando en el Templo, dijo: ―¡Con que ustedes me conocen y saben de dónde vengo! No he venido por mi propia cuenta, sino que me envió uno en quien se puede confiar. Ustedes no lo conocen,
El profeta Isaías había escrito acerca de Juan, diciendo lo siguiente: «Voz de uno que grita en el desierto: “Preparen el camino para el Señor, háganle sendas derechas”».