En efecto, ¿quién conoce los pensamientos de otra persona? Solo el espíritu de esa persona los conoce. Así mismo, nadie conoce los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios.
Después de haber orado, tembló el lugar en que estaban reunidos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y predicaban la palabra de Dios sin ningún temor.