Así que Pilato salió a interrogarlos: ―¿De qué delito acusan a este hombre?
―¿Por qué? ¿Qué crimen ha cometido? Pero ellos gritaban aún más fuerte: ―¡Crucifícalo!
Les respondí que esa no es nuestra costumbre. Nosotros los romanos le damos al acusado la oportunidad de defenderse y ver la cara de sus acusadores.
―Si no fuera un malhechor —respondieron—, no se lo habríamos entregado.
Pilato volvió a entrar en el palacio y llamó a Jesús. ―¿Eres tú el rey de los judíos? —le preguntó.
En efecto, en esta ciudad se reunieron Herodes y Poncio Pilato. Se unieron con los no judíos y con los israelitas, contra tu santo siervo Jesús, a quien ungiste.