Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos; y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar.
Todos los que el Padre me da vendrán a mí; y al que a mí viene, no lo rechazo.
Ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que me has dado, porque son tuyos.
Pues tú le has dado autoridad sobre toda persona para que él les dé vida eterna a todos los que le has dado.
»Ya me han oído decirles: “Me voy, pero vuelvo a ustedes”. Si me amaran, se alegrarían de que voy al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
»A los que me diste del mundo les he revelado tu nombre. Eran tuyos; tú me los diste y ellos han obedecido tu palabra.
Ya no voy a estar por más tiempo en el mundo. Pero ellos están todavía en el mundo, y yo vuelvo a ti. »Padre santo, protégelos con el poder de tu nombre. Sí, con el nombre que me diste, para que sean uno, lo mismo que nosotros.
Yo les doy vida eterna y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la mano.
El Padre y yo somos uno.