Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, sanen de su enfermedad a los que tienen lepra, echen fuera a los demonios. Lo que ustedes recibieron gratis denlo gratuitamente.
―Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados —les contestó Pedro—. Entonces recibirán el don del Espíritu Santo.
Los comerciantes que vendían estas mercancías y se enriquecieron a costa de ella se mantendrán a distancia. Sentirán miedo al ver semejante castigo. Con lágrimas en los ojos expresarán su lamento, diciendo:
Se han oxidado su oro y su plata. Ese óxido hablará contra ustedes y consumirá como fuego sus cuerpos. Han amontonado riquezas, pero de nada servirán porque estamos viviendo los últimos días.
Los que quieren hacerse ricos caen en la tentación de muchas cosas malas y se vuelven esclavos de sus muchos deseos. Estas preocupaciones sin sentido y dañinas hunden a la gente en la ruina y en la destrucción.
Los creyentes judíos que habían llegado con Pedro se quedaron asombrados. Les sorprendía que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los no judíos.
Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las relaciones sexuales prohibidas, los robos, los falsos testimonios y las calumnias.