Por eso le pidió al sumo sacerdote que le diera cartas de autorización. Quería ir a las sinagogas de Damasco para arrestar a todos los que creían en Jesús. Los llevaría presos a Jerusalén, fueran hombres o mujeres.
Luego dijo a los jefes de los sacerdotes, a los capitanes del Templo y a los líderes judíos, que habían venido a arrestarlo: ―¿Acaso soy un bandido, para que vengan con espadas y palos?